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EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA Y PARA LA LIBERTAD

Educación para la ciudadanía y para la libertad. Entiendo y comparto la preocupación de muchos por nutrir de moralidad pública a nuestros jóvenes. Sabemos de la gran necesidad de trascendencia, orden moral y búsqueda de felicidad que tenemos las personas. Como profesor tutor lo constato a diario, pues desde hace muchos años dedico innumerables horas al trabajo personalizado con alumnos y a la orientación familiar.  Estamos de acuerdo en lo adecuado que es atender esa inquietud moral ya en la infancia. En las clases de religión y en la educación familiar eso es factible y eficaz. Pero ahora, algunos quieren también una ética racional común, impartida por la escuela desde pequeños. Creo que no sería inconveniente si los poderes públicos no vieran en ello una potente arma ideológica. Hoy por hoy es ésta una tarea pendiente, pero que se podría y debería estructurar y consensuar sin imposiciones, sin dogmatismos sesgados ni fijaciones de moda. Una postura sensata y constructiva sería reconocer y afianzar, al menos, dos puntos de encuentro entre las diversas tendencias político-educativas, para acercar posturas enfrentadas. Estos puntos son: La tutoría y los contenidos de actitudes valores y normas que ya se trabajan en los centros educativos. Está comprobado que la tutoría es un medio estupendo para la mejora personal de niños y jóvenes. Tiene mucho que ver con lo académico y con las virtudes y valores que se pueden transmitir en los centros educativos, por delegación de los padres. Es de gran eficacia para educar buenos ciudadanos.  El otro tema en común es que en los centros educativos, públicos y privados, ya se estructuran y proponen objetivos curriculares de formación en actitudes, valores y normas. Se trabajan de manera transversal y también en temas concretos desarrollados en las diferentes asignaturas. Además, los conceptos más destacados se comentan en asambleas de curso, en reuniones con padres de alumnos y se siguen, individualmente, en las tutorías.  Considero que en los procedimientos-actividades para trabajar estos riquísimos contenidos –habilidades sociales, inteligencia emocional, afectividad, principios de solidaridad, democracia e igualdad, civismo, cuidado de la naturaleza, educación vial y de consumo, etc., etc.- hemos de avanzar muchísimo todavía. Por supuesto, tener más medios humanos, materiales y de tiempo para la atención personalizada a los alumnos, facilitaría en gran manera el salto de calidad que se necesita. Esta readaptación en ejes transversales de contenidos, podría ayudar a centrar el tema de la educación en valores, tanto a la administración educativa, como a los centros, a los padres y a los profesores y alumnos. Tendríamos en las manos un ilusionante objetivo común, que seguro estimularía a unir fuerzas y evitaría contenidos impropios para nadie.  Sea cual sea el modelo preferido por los expertos, considero importante sobremanera que los niños y jóvenes tengan muchos datos y vivencias positivas, pero en las concreciones prácticas de ética y moral hemos de poder “estar presentes” los padres. Y así, personalizar mejor los márgenes, las experiencias y las argumentaciones que ponemos en sus manos, tanto en la escuela como en la familia.  Por todo lo antedicho, creo que no sería justo ni eficaz cargar con una Educación para la Ciudadanía ideológica a los profesores, ya que “moralizar-adoctrinar” a los alumnos está claro que no es su principal cometido y puede producir más conflictos que beneficios en su trabajo con alumnos y familias. Viene al caso recordar un dato muy revelador y es que, en el informe «Eurydice-Red Europea de información en Educación», publicado en 2006 por el Ministerio de Educación, se presenta, organiza y define EpC de una manera muy abierta y general. Actualmente varía de un país a otro la oferta. Se imparte tanto como materia independiente –sin adoctrinamiento-, o  integrada en otras -Filosofía, Estudios Sociales o Historia- o como materia transversal. Ya se ve, que no era obligado programar en España una nueva asignatura, pues habría bastado la ampliación o mayor insistencia en algunos contenidos transversales. La educación en valores es importante, pero no suficiente. Es preciso construir el entendimiento para que éste anime en nosotros un mayor anhelo de bien, punto clave de salida para mover nuestra voluntad. Es en ese punto donde la educación, formal e informal, (en la familia, en la escuela, en el centro deportivo o cultural, incluso a través de los modernos medios de comunicación) puede ayudar a mostrar el bien a través del entendimiento y hacer que la voluntad se dirija libremente a ese bien. Está claro que el verdadero progreso vendrá con la mejora moral e  intelectual de cada ciudadano. Recordemos que el hombre es atraído y puede conocer lo que es bueno en sí mismo. Por ello, para educar buenos ciudadanos, hemos de acercar a los hijos y alumnos, y acercarnos nosotros, a la realidad, a la naturaleza de las cosas. Que nuestros chicos y chicas “vean” la libertad, así la podrán valorar y reconocer por donde vayan. De lo contrario se nos van a acostumbrar a la mediocridad o a lo “políticamente correcto”. O tal vez sólo se deslumbrarán por el placer o las apariencias, cuando podrían llegar muy alto en amor a la libertad, sabiduría y entrega a los demás, que esto es ser buen ciudadano. Es crucial que enseñemos a pequeños y mayores no sólo a opinar, sino a pensar con auténtica libertad. Para ello es preciso cierto esfuerzo, cierta búsqueda trabajosa y sincera de la verdad. De esta manera contribuiremos a crear un buen clima cultural y de justicia, tierra fértil donde el progreso y la paz arraiguen con firmeza. Por otra parte, volviendo a Educación para la Ciudadanía, es totalmente cuestionable que quien mande en cualquier momento en un país, intente construir una ética civil obligatoria. Tenemos el derecho y la obligación de no confundir, ni hacer confundir, el bien, con el material cumplimiento de unas normas éticas. No es justo confundir la ética con las leyes. La ética es previa a la ley, es base de las leyes justas. Por ejemplo, un muchacho debería poder valorar la pena de muerte como no ética, a pesar de que algunas leyes mandasen ejecutarla -si se diese el caso-, pero, no por sus convicciones lo habrían de suspender en el colegio.  Eso mismo les podría pasar a muchos jóvenes estudiantes españoles, respecto a otros contenidos ideológicos, a partir de este curso escolar que comienza. No tendríamos una educación personalizada, sino una educación bienintencionada, pero de jóvenes poco libres, poco críticos, incapaces de verdadero progreso. Necesitan, necesitamos, a qué atenernos. Hace falta la seguridad previa del afecto-amor y el pensamiento para poder avanzar en territorios de ética y moral.  He revisado con detenimiento seis manuales de Educación para la Ciudadanía, recomendados por diversos colegios para este curso escolar. Todos estos libros de texto tienen una presentación atractiva, con gráficos, distribución de actividades, dibujos y diseño, de alta calidad.  Creo que algunos son claramente ideológicos, por lo que no se pueden aceptar como moral obligatoria para todos los ciudadanos. Otros, en varias unidades didácticas dan pie a todo tipo de desarrollos. Por ejemplo, la expresa formación de la conciencia moral de los alumnos, la ideología de género o una ética cívica impuesta a todos, relativa y sólo basada en legislación.   Esos conceptos y sus procedimientos-actividades, serán más o menos  adoctrinadores según el ideario del centro escolar y del profesor en concreto. Pero, no por ello dejan de colisionar con el derecho prioritario de los padres a la formación moral de sus hijos.Considero que en Educación para la Ciudadanía urge reclamar unos contenidos diferentes, que se ciñan a la Constitución y a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero que no entren en valoraciones morales.  Lo que es formal de la democracia es muy importante, básico para la buena convivencia, pero no puede ser fuente de valor moral absoluto.No es asumible en un Estado de Derecho, una “moral utilitaria”, de pura conveniencia, según manden unos u otros gobernantes. Eso nos llevaría a una injusticia, a un desconcierto y a un “fariseísmo” generalizados.  Para evitarlo, hemos de conseguir que se cumpla, realmente, el principio de libertad que tenemos los padres, por el hecho de serlo, para elegir el modelo de educación que queremos para nuestros hijos. Eso, en una sociedad democrática, se ha de atender muy delicadamente. Para eso están los expertos en política educativa y de familia. Por ello, una asignatura como Educación para la Ciudadanía, que obliga y evalúa una percepción concreta de la existencia humana, nunca ha de ser obligatoria. Que le pongan las mismas condiciones de voluntariedad que a la Religión, o le quiten los contenidos más doctrinales antes citados. Seguro que todos, también los que pudieran estar de acuerdo con algunos contenidos de esta “moral de Estado”, queremos que vuelva la sensatez e impere la búsqueda del bien común. No paremos de recordárnoslo, pues puede ser ocasión para generar en España un verdadero pacto educativo, responsable y bien consensuado.   En ese sentido, aún se entiende mejor y es de agradecer que muchos padres no cedan aunque se les asegura tener una EpC filtrada en sus contenidos más ideológicos. Es claro que no buscaríamos la verdadera libertad si no defendiésemos también la de los demás. Padres y profesores también podremos ser en esto buen ejemplo de ciudadanía. Cada uno verá si la objeción de conciencia puede ser el mejor medio para defender unas convicciones morales propias, que no sean obligadas ni limitadas por nadie. Sea como sea, evitemos prejuicios. No es un enfrentamiento entre Religión y Ética civil. Es, principalmente, querer posicionarse a favor de la  libertad de pensamiento, defenderse ante la invasión de unos derechos fundamentales.Incluso aunque fuera opcional, esta Educación para la Ciudadanía pone todo el peso y la preferencia del poder a favor de una concreta opción moral y antropológica. Si la aceptan los gobernantes y los poderes públicos en general, quienesquiera que fueran en cada momento histórico, renunciarían a su misión de garantizadores de la libertad ideológica de todos los ciudadanos. Mientras tanto, creo que ahora es una ocasión estupenda para reconocer lo crucial de una participación activa de los padres en la escuela. Además de la importancia del ideario de cada centro, sea público o privado, como sello de calidad y transparencia. Es así como, en real sintonía, se pueden realizar proyectos comunes, esfuerzos compartidos, estrategias eficaces para el desarrollo integral de niños y jóvenes. Como dice un buen amigo, los padres mejoramos con los hijos. Por todo ello, también es el tiempo oportuno para valorar y aprovechar, con profesionalidad y espíritu constructivo, las actividades formativas que nos proponen a los padres  y madres de familia, desde las diferentes administraciones públicas, universidades, asociaciones o entidades de prestigio. Por ejemplo, los cursos de orientación familiar, escuelas de padres, charlas monográficas de tiempo de familia, reuniones divulgativas, ciclos de conferencias, estudios universitarios sobre la familia,  etc. En todo caso, si de verdad queremos educar buenos ciudadanos, se ve imprescindible por parte de quien ostente el poder político, una actitud abierta, respetuosa y responsable, que garantice el pluralismo ideológico y la libertad. ¡Que en eso estemos todos!  Emili Avilés Cutillas 

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